Busqué impresa en esa mirada algún tipo de música pero solo me invadió un silencio sepulcral, un golpe de electricidad recorrió mi espalda. Todo había terminado, su alma era como la noche pero no de esas noches estrelladas y cálidas sino como una tenebrosa en que cada esquina alberga un peligro. El cordero ahora era un serpiente, el ángel un demonio, la campiña un desierto.
Ya no le quedaba nada porque vivir y seguramente la cobardía que tienen las almas oscuras le impedía ponerle fin a esta a la cruel parodia en que se convertían sus días.
Cuando por fin me miró fijamente sentí como cautivaba mi ser y destruía mi alma. Solo quise morir pero seguí caminando.
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